DÚO INESPERADO, 1ª PARTE
Aquel día de verano no andaba yo como para bromas; mi estado anímico era pésimo. Las secuelas del recién iniciado despertar seguían torturándome. Imbuido en un espíritu taciturno, sabía que no podía compartir con nadie lo que estaba viviendo. No porque no lo deseara, sino que se trataba de temas alejados del paradigma mental convencional del ciudadano promedio.
Dar con personas que pudieran esclarecer mis lagunas conceptuales, que con el paso de los días se iban haciendo más insondables, era poco probable. Todos aquellos a los que yo conocía andaban a otras cosas. Teniendo en cuenta que también yo carecía del entendimiento mínimo para suavizar la transición. Hasta llegar a una conclusión sobre la que pivotar, ampliando luego el perímetro de los conocimientos esotéricos que me brindaran una mayor comprensión.
Toda mi vida orbitaba en torno a ese despertar, que me impulsaba a buscar, a querer comprender, a indagar, a experimentar. Tengo que hacer hincapié en que a inicios de los años dos mil, en los que comenzó mi particular viaje. La información de calidad disponible era poca y sesgada. Por lo que la incesante búsqueda de conocimientos genuinos, me frustraba bastante.
Por contraparte, había montañas de doctrinas engañosas, provenientes de las corrientes de la Nueva Era y similares, que te llenaban la cabeza de ideas que no llevaban a ninguna parte. Un totum revolutum de teorías, prácticas y rituales ancestrales desvirtuados. Aderezados con una buena porción de propuestas fantásticas, invenciones delirantes y un sinfín de charlatanerías. Un escenario poco alentador para alguien que acababa de salir del cascarón.
Pues bien, ese día, estaba aseándome en el baño nada más levantarme. Cuando, de repente, comencé a oír una especie de canturreo. En ese momento no traté de identificar su procedencia, ya que estaba cepillándome los dientes, un tanto adormilado aún. No obstante, el cántico continuaba impasible, colándose por la puerta del baño que estaba entreabierta.
Hecho que fue despertando mi interés, captando mi atención, por lo que resolví localizar su procedencia. ¿Qué diantres era aquel canto? Luego de terminar con la higiene bucal, me quedé quieto frente al espejo. ¡Que no se te ocurra ni pestañear! Pensé para mis adentros, con mi oído orientado hacia aquella melodía que se expandía inundando el ambiente.
A medida que le prestaba una mayor atención, la tensión aumentaba; se trataba de una canción en la que intervenían dos o más personas. Al parecer venía de la zona del salón. A no ser que hubiese dejado por descuido una de las ventanas abiertas, y el sonido se colara desde el exterior. ¡Lo cual deseaba de corazón que fuera el caso! De lo contrario, significaría que había alguien dentro de mi hogar, cantando a sotto voce. ¡Maldición!
Por fin, la curiosidad pudo más que el miedo, así que me envalentoné, dirigiéndome hacia el salón, decidido a enfrentar lo que fuera que me estaba perturbando. Al cruzar el umbral de la puerta, me quedé extrañado. Luego pensé: ¿Cómo es posible que el televisor haya permanecido encendido, sin percatarme de ello hasta ahora?
De noche me había levantado al menos una vez para ir al excusado, sin oír nada. Lo cual era imposible; ese mismo sonido habría sido escandaloso en el transcurso de la madrugada. ¡Descartado!
Entonces dirigí mi mirada hacia el diodo de la parte frontal del aparato, que debería reflejar una luz verde en modo de encendido y roja desconectado. ¡Demonios! —exclamé con un grito ahogado—. El televisor debería estar apagado. El chivato colorado no dejaba lugar para la duda. Además de emitir sonido, mostraba una imagen que me heló la sangre. Provocando que me desplomara boquiabierto sobre el sofá que tenía a mis espaldas.
Lo que estaba viendo era tan simple, y a la vez tan extraordinario, que no sabía si romper a reír o si arrojar el televisor por la ventana. Al menos durante un minuto o más, sufrí una especie de bloqueo mental. Aquel escenario tan chocante hizo que mis estructuras psicológicas colapsaran. ¿Cómo encajar algo así? ¿Qué significaba todo aquello? Uno, dos, tres, respira hondo, respira. Balbuceaba para infundirme ánimo.
Después de ese corto periodo de confusión, conseguí ordenar mis pensamientos lo suficiente como para razonar sobre aquello que tenía ante mis ojos. Claro, en términos racionales, se podría describir como una escena absurda, donde un par de fantoches cantaban una canción. Al prestarle más atención a la letra, pensé que su composición oscilaba entre lo ridículo y la vergüenza ajena.
Rubor que me fue cubriendo, como un banco de niebla, hasta acabar desquiciado. Lo cual provocó que decidiera abandonar el salón de inmediato.
El hecho es que la televisión emitía imágenes y sonido, estando apagada. También estaba el punto central de la cuestión. Aquellos dos sujetos cantaban una canción, con un aspecto de candidez que, en una primera impresión, me pareció casi insultante, para luego, como ya dije, sonrojarme por la clase de pensamientos mezquinos que había albergado en su contra.
Lo mismo sucedió con el texto de la canción, que, aunque no lo recuerdo en detalle, sí puedo decir que decía algo así como: …