EL LAGO DE LOS GATOS

EL LAGO DE LOS GATOS, 1ª PARTE

Por fin era sábado. Necesitaba deshacerme del estrés acumulado en los últimos días. Entonces decidí llamar por teléfono a mi amigo Gerardo; quería saber si se apuntaba a hacer una ruta reducida en bicicleta y luego darnos un baño en el Lago de los Gatos.

Por aquellas latitudes, el verano era corto e inestable, lo que significaba no desperdiciar ni una sola oportunidad de tomar el sol mientras la temperatura ambiental acompañara, sabiendo que podía dar un giro brusco en cualquier momento. Cuando lucía el sol, había que tomarlo por asalto, algo que sería inconcebible en un país tropical o mediterráneo.

Mi amigo Gerardo me dijo que lo llamara más tarde, que andaba liado. Esto hizo que no lo pensara más y, metiendo lo necesario en mi mochila, bajé al sótano a por la bicicleta, esa que tanto me hacía disfrutar realizando rutas a través de los fantásticos bosques cerca del pueblo de Dielsdorf.

La distancia entre Dielsdorf y el Katzensee (Lago de los Gatos) era perfecta para disfrutar del recorrido sin quemarse demasiado: poco más de treinta minutos imprimiendo un pedaleo vigoroso. Lo más gratificante era llegar sudando y, acto seguido, saltar de cabeza al agua. Un chapuzón en el que sacudirse el sudor y la mugre acumulada a lo largo del camino de tierra batida que me condujo hasta allí.

Durante el trayecto, sonó el teléfono un par de veces. Seguro que es Gerardo. Cuando llegue lo llamo de vuelta. No voy a interrumpir el ritmo que llevo, que luego me cuesta el doble de esfuerzo recuperarlo, pensé.

Al llegar al lago, mientras terminaba de ponerle el candado a la bicicleta, activé el botón de llamada. Al otro lado de la línea, mi amigo me contestó un tanto contrariado. Me dijo que se le había complicado el trabajo, lo que significaba que no iba a poder venir.

Este hecho me molestó bastante. No tanto por la más que justificada cancelación; la cuestión era, más bien, que tenía ganas de hablar con alguien. Nada trascendental, solo una simple conversación sobre temas banales, bromear y pasar el rato sin grandes pretensiones. Sin embargo, la realidad me estaba negando esa posibilidad justo cuando más la necesitaba.

Este hecho tan ridículo me provocó un cambio de ánimo. Lo que hasta ese momento había sido alegría y optimismo, mutó en un malhumor de mil demonios.

Claro que por aquellos días yo no era tan consciente como ahora de estas alteraciones. Sucedían sin más y tampoco me paraba a reflexionar sobre ellas. Digamos que me dejaba llevar por la inercia de cada momento, como si se tratara de una especie de guion cósmico inalterable. Lo cual, dicho sea de paso, es una estupidez. No solo podemos revertir cualquier estado de ánimo a voluntad, sino que también somos capaces de hacernos casi inmunes a sus nefastas influencias con un previo trabajo interior.

Para ello, debemos adoptar la posición del observador, que analiza el brote de emociones que suscitan los pensamientos previos. Digamos que tenemos la capacidad de establecer una trazabilidad de los juicios resultantes, inclusive el punto inicial en el que surgen. Se trata de observar el trayecto completo, desde el momento en que emergen, hasta que se manifiestan las emociones que invocan y las posteriores reacciones.

Luego, por medio de un acto de voluntad, se aborta ese brote de pensamientos negativos al desplazar el foco hacia cualquier otro asunto que te aparte de esas cavilaciones, generando un tipo de emociones más templadas. Para resumir, se trata de evitar engancharse a los pensamientos en bucle, generadores de unas emociones de idéntica polaridad que drenan la energía vital.

Pues bien, la irreflexión es lo que tiene: uno se deja atrapar por su nefasto magnetismo, quedando a merced del inconsciente colectivo, del azar o de su cese causal, por el agotamiento que provocan.

El subconsciente ejecuta una programación, arrastrándote por caminos que no has trazado, llevándote hacia destinos indeseados, con consecuencias imprevisibles y desenlaces inciertos.

El inconsciente es similar a un programa operativo de una computadora, que activa una función a partir del comando que se ejecuta. Siempre sucede lo mismo, no hay variación. El comando « activa la función «, el « poner en marcha la «, y eso es todo; no hay variación. Solo la toma de consciencia tiene el poder de modificar los parámetros asociados a los comandos del sistema.

Volviendo al Katzensee, me dispuse a localizar un lugar en el que depositar mis pertenencias y extender la toalla, para luego, ir directo a darme ese merecido baño. Menos mal que el chapuzón no solo me sirvió como refrigerio, sino que también aplacó el malhumor que portaba conmigo. Al salir del agua me sentí revitalizado; no obstante, el cambio de estado de ánimo me duró poco.

Al tumbarme sobre la toalla para secarme mientras me dejaba acariciar por los rayos de Sol, ciertas trazas de energía residual del descontento anterior, comenzaron de nuevo a abrirse paso. Solo que esta vez mutaron en malas ideas, llevándome a vulnerar el espacio mental de una de las muchas personas desparramadas sobre el césped. Las inmediaciones de la laguna, estaban hasta arriba de gente pasándolo bien.

Por aquellos días, había comenzado a ojear libros en los que se describían ejercicios sobre determinadas capacidades psíquicas, que de vez en cuando ponía en práctica para ver si funcionaban. Eso sí, aún no tenía tan en cuenta la importancia de aplicar una ética rigurosa a ese tipo de técnicas. Lo que implicaría llevar a cabo la investigación con la aprobación de la persona a la que se pone a prueba.

Lo que yo no me imaginaba era lo que esta acción iba a desencadenar. Una respuesta que tengo la obligación de describir como un tirón de orejas universal. Un bofetón cósmico con la palma abierta, sin que nadie me pusiera la mano encima ni cruzara palabra conmigo.

De hecho, la persona que vio vulnerado su espacio psíquico no registró lo que estaba pasando en realidad. Por consiguiente reaccionó de manera inconsciente a mi intromisión mental, sin saber qué fue lo que sucedió, ni el motivo de su decisión posterior.

Digamos que este modo de actuar es propio de una persona con un bajo grado de consciencia; es la otra cara de la moneda. Se responde de forma impulsiva e instintiva sin tener la más remota idea de qué es lo que ha pasado. Mientras está siendo teledirigida por alguien que sí sabe lo que se trae entre manos.

El caso fue el siguiente: como ya dije con anterioridad, después de las primeras experiencias con los mundos interiores, habían sido activadas algunas de mis capacidades psíquicas antes latentes. Lo que me permitía comprender de forma intuitiva cómo desencadenar determinados procesos mentales.

Los cuales, a su vez, ponían en marcha energías sutiles, que me permitían interactuar con el entorno sin moverme del sitio, ni pronunciar palabra. Todo sucedía a través del poder del pensamiento, obedeciendo a lo que podríamos acuñar como una rama de la telepatía. De tal manera que dirigí mi mirada hacia una persona concreta, que elegí al azar. En realidad, la que se encontraba en línea recta a unos veinte metros de mí. Digamos que se trató de una elección por pura comodidad.

Tumbado sobre mi toalla, clavé mis ojos en la persona en cuestión de manera disimulada, ya que llevaba gafas de sol. A partir de ahí, puse en práctica las indicaciones descritas en el manuscrito. Lanzando durante un par de minutos, una serie de pulsos psíquicos hacia la persona que había elegido como blanco de mi irrespetuoso experimento. Nada siniestro ni violento. No obstante, era malicioso lo que estaba haciendo.

Para que se entienda, era algo así como cuando alguien duerme y tú te acercas con sigilo pluma en mano, luego comienzas a pasársela por la nariz, para provocarle molestias. A día de hoy ni se me ocurriría poner en práctica algo así. De hecho, a partir de aquel suceso no volvería a ejercitarlo nunca más. Un episodio que paso a citar a continuación.

En conclusión, examinado desde un punto de vista objetivo, de alguien experimentado en el contacto con otros planos de existencia. Podría interpretarse como un leve tirón de orejas. Ahora bien, para mí significó una llamada de atención severa, tras captar el mensaje alto y claro. Me sentí como alguien al que habían pillado infraganti, cometiendo una fechoría que lo dejaba en muy mal lugar.

Porque lo cierto es que yo me estaba divirtiendo a costa de incomodar a alguien que no lo merecía. Ya que el ejercicio puesto en práctica, hizo que la persona se revolviera sobre su toalla todo el tiempo. Como si no acabara de encontrar la posición idónea. Además, su inquietud fue en aumento, hasta que llegado el punto, se puso en pie recogió sus cosas y se marchó.

Fascinante, y, a la vez inaceptable, ser testigo y perpetrador de un hecho tan inquietante, que dejaba al descubierto la ilusión de la realidad en que vivimos. En simples palabras, le había fastidiado la tarde por pura animosidad disfrazada de diversión, aunque no la conociera.

Al ver que se ponía en marcha, me arrepentí enseguida de mis actos. Haciéndome consciente de haberme dejado arrastrar por la cólera emocional que todavía me controlaba. Buscaba descargar mi furia y lo hice de la peor manera. No quería importunar a esa desconocida, lo que buscaba era vengarme de la realidad misma. La que, según mi necia opinión, me había negado el disfrute.

Porque a caso, ¿no sucede esto más a menudo de lo que nos gustaría reconocer? ¿No es así como actuamos cuando se chafan nuestros planes? Que levante la mano quien nunca se haya cebado con algún inocente. Arrojando sus bilis mentales sobre él, sin que el drama desatado tuviera nada que ver con los motivos verdaderos, que provocaron el posterior cabreo. Justificando luego la bronca con algún pretexto peregrino que nos deje en buen lugar y acalle nuestra conciencia.

Fue en el mismo momento en que me arrepentí cuando sucedió lo inexplicable, lo magnífico, lo maravilloso.

Estando aún tumbado, giré el cuello hacia atrás movido por un impulso inconsciente, momento en el que di un leve brinco para apoyarme sobre mis codos. Una posición que me era más cómoda, sin perder de vista el…

2 comentarios en “EL LAGO DE LOS GATOS”

    1. Hola, me alegro de saber que valora este contenido. Tengo que decirle que no puedo leer su mensaje, es posible que haya algún problema con el traductor o similar. Si es tan amable, envíe un nuevo mensaje para que pueda localizar el error. Gracias

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